jueves, 2 de agosto de 2012

Asistimos a una época signada por la rebelión de los pueblos, al orden que legaliza la explotación y la opresión

Las imágenes que se suceden son cada vez más elocuentes. Hoy, aquí y ahora, vemos a los pueblos del mundo tomando las riendas de su propio destino, en sus manos, sepultando los cerrojos que los condenan al olvido y al desprecio, rebelándose contra el desorden establecido, en contra de la dominación monopolista. La burguesía sostiene sus planes de engaño agarrados apenas con alfileres.
Lo que hasta no hace mucho tiempo parecía una expresión de deseos, es en estos momentos una verdad, un hecho, basado en la determinación de los pueblos de poner su dignidad por encima de todo. Así no podemos seguir viviendo.
Las manifestaciones populares a escala global, la experiencia realizada por nuestro pueblo, esa síntesis colectiva, es una poderosa acumulación de fuerzas que en general no se refleja en las noticias.
Esas confrontaciones, ancladas en la lucha de carácter autoconvocado, son una realidad que ya no puede ignorarse ni discutirse; así se manifiestan los pueblos, que las profundizan en cada conflicto, demostrando que por detrás de lo que muchos presentan como “una acción espontánea”, hay una profunda conciencia política.
Esa huella aparece de muchas formas, la vemos en el corazón de Europa, en los países árabes, en África, en nuestra América, de Norte a Sur, con movilizaciones, piquetes, cortes de ruta e infinitas formas. Estamos asistiendo a una época signada por la rebelión de los pueblos a un orden institucional que legaliza la explotación y la opresión, pasando por arriba los métodos tradicionales de lucha, derribando los cercos de “lo políticamente correcto”. Los acontecimientos van elevando el enfrentamiento entre las clases a un nivel superior, la lucha política ocupa el centro de la escena, quedando más claro y definido por qué luchamos.
Nuevos desafíos aparecen en el horizonte: la necesidad de una herramienta política que posibilite sumar toda la fuerza, que abra el juego a esa potencia que pide pista, ya está instalada en el corazón de nuestra gente, ya gana espacio en las conversaciones cotidianas. Una salida política que muestre un porvenir, eso es lo que requiere nuestro pueblo, eso es lo que requieren los pueblos.
Frente a ello, los revolucionarios tenemos que buscar las respuestas más certeras y los caminos más cortos. Contamos con un capital fundamental, que es la confianza en la capacidad de nuestro pueblo de protagonizar, en su experiencia de intervenir con contundencia en la lucha de clases, en su conciencia que día a día muestra signos vitales de avance.
Esas respuestas y esos caminos sólo los alcanzaremos instalando las ideas revolucionarias en lo más profundo, en las entrañas de nuestro pueblo, en cada casa, en cada fábrica, en cada rincón de nuestra patria. Es la hora de poner las cosas sobre la mesa y hablar sin medias tintas, poniendo a la revolución en el centro del debate.
Cuando tenemos definido qué partido jugamos, qué objetivo perseguimos, qué meta nos moviliza, todo se simplifica, y la acción y la organización dejan de ser un problema para pasar a ser un estímulo, un impulso.
Si algo caracteriza al momento actual es el renovado estado de ánimo y la disposición a hacerse cargo, que crece en nuestro pueblo. Esa determinación es fabulosa porque muy distinto es tener claro que algo tenemos que hacer y rumiarlo en soledad, o en alguna charla ocasional, encerrados en un mundo propio; a sentir en el pecho la bronca a punto de estallar, sentir en la sangre que hay que decir basta y hacerlo, junto a nuestros iguales.
Esa voluntad de ser parte de lo nuevo, la decisión de encolumnarse detrás de un proyecto cruza miles de cabezas y corazones, y ese es el mejor de los presagios.
Se acercan momentos de definiciones profundas, es imperioso poner manos a la obra.

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