Hay hechos que son objetivos, que no
admiten discusión: desde el 2002 las más importantes empresas
trasnacionales utilizan a nuestro país como plataforma de sus negocios
globales, expandiendo sus instalaciones y contratando a miles de
trabajadores.
EL ORDEN DE LOS MONOPOLIOS
Las condiciones ventajosas que les
otorgó Argentina fueron: una devaluación del peso que les posibilitaba
exportar en dólares y pagar en moneda nacional, una legislación laboral
que había flexibilizado el trabajo destruyendo conquistas históricas de
los trabajadores y un Estado que les garantizaba dos aspectos centrales;
por un lado, una serie de exenciones impositivas, un mecanismo de
subsidios y el compromiso de utilizar las divisas que entraban al tesoro
por las exportaciones en obras de infraestructura que sostuvieran los
negocios monopolistas. El segundo aspecto era la posibilidad de utilizar los fondos públicos para financiar sus proyectos de inversión y la libertad de girar al exterior las utilidades.
A todo esto se le sumaba un nivel
educativo de los trabajadores acorde a las exigencias de las nuevas
formas de organización del trabajo “moderno” que había dejado atrás el
combate entre capital y trabajo y planteaba sin escrúpulos la alianza de
clases, la posibilidad de “participar” de los negocios. Un sindicalismo
que ya había dado prueba en los 90 de su “compromiso”, al permitir y
alentar las privatizaciones, los cambios en las leyes de jubilaciones y
accidentes de trabajo, la reforma de las obras sociales y la destrucción
de los convenios colectivos de trabajo y de los derechos conquistados
en años de lucha.
Es esta la base material que les
posibilitó a los monopolios instalados en nuestro país amasar fabulosas
ganancias. Una base material que excede largamente al gobierno de turno,
al incluir a los partidos de la “oposición”, al sindicalismo argentino,
a los medios de comunicación y a todo el orden legal e institucional.
LA REBELIÓN A LA DOMINACIÓN
La existencia de un orden sometido a la
voluntad de los monopolios unifica a todos los que hoy aparecen
enfrentados, y es la unidad que domina a la sociedad argentina, una
unidad de clase que nada tiene de nacional y mucho menos de popular. Por
eso mientras se habla de patria, libertad, revolución, y aparecen los
iconos de la “resurrección argentina” hay lugares donde impera
absolutamente lo contrario, como si se tratara de un país adentro de otro país.
Acaso, el ejemplo de Pascua Lama-Veladero en San Juan, donde la Barrick
Gold se asemeja a un Estado cerrando caminos sin ninguna clase de
control del estado argentino sobre lo que ocurre en su territorio, sea
el arquetipo de lo que está pasando en las fábricas monopolistas, donde
el imperio de los monopolios es tan férreo que pasar por sus puertas es
casi entrar a otro país. A veces por sus propias contradicciones, como
ocurrió recientemente con REPSOL, se filtra el grado de impunidad para
saquear que tienen aquí y ahora los monopolios, y así se entera el
pueblo lo que verdaderamente ocurre.
Los trabajadores sufrimos esta impunidad
de manera cotidiana con jornadas de trabajo agotadoras, con ritmos de
producción infernales, con riesgo de accidente por la presión de la
productividad, con la violencia que caracteriza al modo de producción capitalista.
Los trabajadores somos los que con nuestro trabajo y esfuerzo estamos sosteniendo
el desarrollo del capitalismo argentino.
No hay fórmulas mágicas ni estadistas iluminados: bien sabemos que el
dinero no genera dinero, lo único que genera capital es el trabajo y
el resultado de ese trabajo puede llegar como ocurre hoy con migajas al
conjunto del pueblo argentino en hipotéticos planes de vivienda, en la
asignación universal por hijo; o llegar como ocurre hoy a borbotones,
para financiar y garantizar la fiesta de los poderosos.
Sólo desde su independencia política y
con el poder en sus manos podrán los trabajadores realmente decidir y
ejecutar las decisiones políticas que pongan al trabajo y a sus frutos
al servicio de la dignidad de todo el pueblo argentino.
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