La
crisis política es abrumadora y la situación económica es asfixiante.
La descomposición y la incapacidad de la superestructura en nuestro país
ya la anuncian en grandes encabezados los propios diarios burgueses
como el “Financial Times” o “el Wall Street Jornal”, incluso
advirtiendo “la incapacidad de las élites” de gobernar como corresponde
que, según ellos, es sostener el orden del sistema de explotación en
condiciones de durabilidad.
Estas
aseveraciones expresan el grado de crisis en la que está sumergido el
sistema pues incluso apelan a cambios bruscos de gobiernos, etc.… -de
ser necesarios- para que este “caos” no se transforme en un cambio de
sistema. Como se afirman en algunos artículos de El Cronista u otros
medios que se hacen eco de su propia crisis de clase, el reconocimiento
de su incapacidad no es en realidad una actitud de sinceramiento frente a
las necesidades sociales sino, una seria advertencia de las condiciones
de lucha y del hartazgo que anida en los trabajadores y el pueblo y las
serias consecuencias que tiene para su dominación. Es una apelación a
que la burguesía haga lo que no está en condiciones de hacer.
La
especulación política y económica dominan plenamente y las fracciones
de la oligarquía en disputa, como también sus representantes en el
Estado, están muy lejos de poder resolver la situación, es decir de
retrotraer el estado de cosas a situaciones menos vulnerables para sus
intereses, de escapar de este caos en el que están sumergidos.
Esta
situación es una premisa objetiva de las condiciones materiales del
capitalismo en nuestro país. Pero que no se han dado por la incapacidad
intrínseca de los gobernantes como quieren hacernos creer, sino por la
aguda lucha de clases que se desenvuelve a lo largo y ancho de nuestra
geografía y que constituye indudablemente su premisa fundamental.
Frente a estas condiciones el
problema de la lucha revolucionaria, del proyecto revolucionario, de la
más amplia unidad revolucionaria de la clase obrera y el pueblo pasan a
ser transcendentales, pasan a ser definitorios.
En
un marco de amplias movilizaciones como las que coronaron el año pasado
y como las que comenzaron el presente año, con un amplio
cuestionamiento al propio Estado burgués y sus instituciones, en un
marco de desarrollo de la autoconvocatoria y la democracia directa, de
las formas de lucha más avanzadas que cimentan la unidad por abajo y que
expresan la decisión política de encontrar la salida, el camino de la
solución definitiva a nuestros problemas, en una situación de hartazgo
generalizado como el actual, la propuesta de unidad política revolucionaria como el “llamamiento 17 de agosto”
se constituye indudablemente en la expresión que concita la expectativa
de cambios para los más amplios sectores de trabajadores y el pueblo.
El
llamamiento debe recorrer de norte a sur y de este a oeste las calles,
los barrios, los centros fabriles, en internet, en los medios locales,
en los medios regionales y nacionales. Nadie debe desconocer que el
llamamiento existe y que es una herramienta revolucionaria de unidad,
nadie debe desconocer que desde el seno del pueblo se está constituyendo
la unidad de organizaciones revolucionarias y sociales surgida como
una expresión política que plantea que la revolución es obra de los
pueblos y que este pueblo esta pariendo su revolución a partir de su
propia experiencia, de su propia lucha de su unidad de hecho.
Allí
donde la unidad se está tejiendo producto de la lucha por la luz, por
la contaminación, por los salarios, por la salud, por las condiciones de
vida digna, allí debe estar el llamamiento. El llamamiento debe ser la
expresión política de confrontación abierta contra el enemigo explotador
y sometedor de nuestro pueblo. Para los cambios revolucionarios a los
que aspiramos y los que necesitamos para vivir dignamente.
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