Es sumamente penoso ver en los basurales del Ceamse a niños y personas recogiendo basura para alimentarse como si fuera un gran centro abastecedor pero, en vez de productos accesibles, desechos de todo tipo. Los basurales son entonces, también, motivo de consumo; y cuando la Señora Presidenta habla de esta cuestión del consumo y, muy suelta de cuerpo, promete impulsar el consumo también se refiere a esta situación: ¡¡Ahora hay más basura para consumir!! y más gente que la consume. Por ende, las promesas de Cristina se han cristalizado, se han hecho realidad.
Porque, lamentablemente, consumir desechos también es un negocio y, a esta altura, un negocio multinacional tremendamente rentable que manejan grandes corporaciones, es decir la oligarquía financiera. Antes de todo esto la basura existía como tal y punto; ahora la basura, tanto los desechos hogareños, industriales, hospitalarios, etc. se han convertido, aún antes de ser desechados, en propiedad de estas multinacionales. Es decir, en un valor de cambio tal como cualquier otra mercancía capaz de ser intercambiada por dinero. Del mismo modo que hay una variedad de precios según la mercancía, también los hay según la basura; precios que van desde los 65 dólares la tonelada hasta cifras siderales. Hay contratos entre diferentes gobiernos provinciales con monopolios dedicados a esta actividad para hacerse cargo de la basura, como así también los convenios entre gobiernos nacionales, provinciales y municipales para la instalación y el mantenimiento de los basurales hoy tan conocidos en González Catán, Jose León Suárez o Avellaneda que también, por supuesto, tienen detrás a grupos como Techint u otros monopolios manejando los hilos del negocio y recogiendo en pala el dinero que el Estado les garantiza, mes a mes, por apilar la basura en el Gran Buenos Aires.
Es en estos últimos lugares donde la más notoria desvergüenza del capitalismo y sus defensores se hace visible sin ningún tipo de disimulo. Estos grandes basurales también reciben, entre otras cosas, el desecho de alimentos en mal estado como ser lácteos, fideos, carne envasada al vacío, alimentos enlatados, etc. que son consumidos en dichos basurales. En muchas oportunidades se han llegado a encontrar partidas enteras de alimentos en buen estado además de electrodomésticos y otras tantas novedades para los vecinos de los alrededores. Es que esos centros a cielo abierto, mal llamados de tratamiento de basura, son también lugares donde se desecha el excedente de producción. Todo el sobrante y la “abundancia” de la producción que no puede ser consumida se transforma en desecho sin dejar de ser una mercancía.
De alguna manera los basurales contribuyen a regular los precios pues sirven como válvula de salida cuando la oferta de productos supera la demanda. Por otra parte, constituyen la cloaca del sistema pues allí se patentiza el despilfarro y la falta del más mínimo respeto por las necesidades de millones. El despilfarro en los envases, que en muchos casos pesan y son más costosos que el contenido; la desproporcionada utilización del plástico y demás polímeros derivados del petróleo; la utilización del plomo, el aluminio, el estaño, las tinturas, etc; la reducción del gramaje de los productos de consumo en relación al precio y la parcialización en proporciones cada vez menores y más caras y varias cosas más por el estilo contribuyen, más que ninguna otra, al aumento de la basura inorgánica tan dañina para la salud y el medio ambiente.
La decisión de los monopolios de achicar el producto para aumentar el precio fomenta la mayor abundancia de basura. En efecto, son los monopolios los generadores de los volúmenes de basura que hoy existen, más que el consumo propiamente dicho de la población. Justamente, porque el consumo se reduce a lo mínimo indispensable dado el constante aumento de los precios, sobreabunda mercancía que no encuentra salida y que, por un lado, se tira y, por otro, se vende en porciones menores pero manteniendo la misma política de envases.
En torno a esto se manifiesta un gran contradicción del capitalismo: la sobreabundancia genera miseria y un enorme despilfarro que va a parar a los basurales. En el capitalismo el despilfarro de recursos, de fuerzas productivas, de medios de producción, de capacidades humanas, reduce el consumo del pueblo a una mínima expresión. En el socialismo el más amplio desarrollo de las fuerzas productivas para cubrir las más amplias necesidades sociales, amplía la esfera del consumo sin necesidad del despilfarro de recursos, sobre la base de la planificación.
Estamos de cara a estos nuevos desafíos, impulsados por la lucha popular, para hacer desaparecer los grandes basurales del Gran Buenos Aires; un gran contenido revolucionario emana de ella y se expresa en un plan para hacer de la basura lo que es: un desecho inservible y no dañino para el ser humano. Estamos cerca.
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