Organizaciones
sociales de todo el mundo, en el marco de la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable (Río 2012) a celebrarse en
junio en Brasil, han hecho conocer un manifiesto en el que denuncian que
“La presión corporativa en las negociaciones dentro de la ONU logró
bloquear soluciones efectivas a problemas relacionados con el cambio
climático, la producción de alimentos, la violación de derechos humanos,
el abastecimiento de agua, la salud, la pobreza y la deforestación”;
en el mismo documento denuncian esto como consecuencia directa de la
influencia de trasnacionales en “alianzas” establecidas entre los
programas de la ONU y esas compañías.
Así nos enteramos, por ejemplo, que el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente
se asoció con petroleras y mineras como Exxon, Río Tinto, Anglo
American y Shell; el Programa de Naciones Unidas para Protección del
Agua está asociado con Coca Cola; y así en otras áreas. Nunca mejor dicho, el zorro cuida de las gallinas.
Así como el poder económico trasnacional
ha pasado a dominar las decisiones de los Estados, inevitablemente
orientan sus cañones para el dominio de las instituciones
internacionales que en otras épocas representaban a esos Estados, como
la ONU. Esto no es nuevo ya que, con anterioridad, se vivió este proceso
en la OMC y otros organismos multilaterales, en los que la oligarquía
financiera internacional tomaba y toma decisiones políticas que afectan
regiones enteras del planeta.
Esta denuncia pone de manifiesto una
realidad que hay que entenderla como la etapa del imperialismo más
crudo, o sea, el capitalismo monopolista de estado trasnacionalizado que
nos toca vivir, y al que debemos enfrentar agudizando la lucha
contra el capitalismo mismo y no alentando salidas que promuevan falsas
expectativas dentro del propio sistema.
De allí que, al momento de analizar
contradicciones dentro del propio bloque dominante, debemos saber que
las mismas se dan en ese marco, es decir, en la pelea entre facciones de
la oligarquía financiera trasnacional en la que ninguna burguesía
nacional tiene peso alguno por ser, sencillamente, inexistente. Las
otrora burguesías nacionales, para sobrevivir como clase, debieron
subirse al carro de la trasnacionalización y actuar política y
económicamente dentro de esas premisas; por lo tanto, no sólo que han
desaparecido sino que han perdido toda condición histórica para su
existencia.
Las relaciones de producción
capitalistas crean cada vez más las bases para el paso al socialismo y
no para el retroceso a etapas que el propio capitalismo ha superado
largamente. Es tiempo de revolución social, de lucha por el poder político, y no de ilusiones reformistas que se proponen volver atrás la Historia y, de esa manera, retrasar el hundimiento total del sistema capitalista.
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