Como un embudo todo lo relativo al tema
parece caer en que el sector social que antes podía adquirir dólares
ahora se ve imposibilitado de hacerlo. Una verdad a medias que, por ser
tal, constituye una gran mentira.
En la nota del viernes pasado hacíamos
un análisis de cómo la suba del precio del dólar afecta a la clase
obrera, trabajadores, pueblo en general y sectores empobrecidos (aunque
estos nunca hayan tenido en sus manos un billete de la moneda
norteamericana), pues el aumento del dólar no es más que la expresión
del aumento de todos los precios de bienes y servicios. O lo que es lo
mismo, un achatamiento de nuestro poder adquisitivo.
En esta nota nos referiremos a los
controles que el Estado pretende ejercer sobre los ingresos de la
población. Medida que cabalga a lomo del control sobre el dólar.
Venimos diciendo que ha recrudecido la
guerra por los capitales, y esto no es más que otra expresión de esa
guerra. Ahora, el proceso de concentración que se acelera con esta
guerra tiene su correlato en una tendencia a la concentración política.
Precisamente es lo que está ocurriendo
con el agobiante poder de policía que desde el Estado y desde todas sus
instituciones se pretende aplicar sobre la población.
Los bienes que se producen diariamente
en nuestro país, y que la burguesía monopolista considera de su
exclusiva propiedad, deben estar bajo su estricto control, incluidos los
sueldos de los trabajadores, sus aportes jubilatorios, sus ahorros, sus
pagos por jubilaciones y pensiones, sus compras…¡Todo!
Por eso todo ingreso salarial,
jubilación o pensión debe estar en manos de los bancos quienes los van
“entregando” poco a poco a través del cajero automático. El Estado te
obliga a tener tarjetas de crédito, de débito, Banelco, o tarjeta de
subsidio de pobre o estatal. Lo importante es que quien recibe sueldo,
jubilación o haber, no disponga de su dinero libremente con lo cual el
sistema financiero dispone del mismo, durante el tiempo en que permanece
en la cuenta, para negocios de los capitales. Son como plazos fijos por
los cuales los bancos no pagan ningún interés. El verso es que lo hacen
para seguridad de los trabajadores o para una mejor administración.
De tal manera, con ese control, se
descuenta directamente todo impuesto masivo, o la deuda que el
asalariado tenga con un comercio, con una entidad bancaria u otra
institución. A través de las tarjetas toda la burguesía puede meter mano
en el ingreso de los trabajadores y pueblo en general.
Decíamos que a esta voracidad y
concentración de capitales le corresponde una concentración política o
tendencia a la autocracia.
El control se ejerce con medidas
políticas autocráticas que pasan de largo el parlamento o cualquier
principio constitucional, pues estas instituciones ya no les sirven. La
“democracia” burguesa es un escollo para este nivel de concentración de
capitales. Las ciudades se llenan de cámaras filmadoras que no sirven
para combatir el delito, con lo que justifican su instalación, pero sí
para controlar a la población.
Se ensayan nuevos documentos de
identidad que centralicen la información de todos los habitantes del
país, convirtiendo a los mismos en mejores prontuarios. Y hasta los
carnés de conductor por puntos sirven para reprimir (nadie puede
imaginar a los burgueses o funcionarios con autos de alta gama vayan por
las rutas a 120 kms. por hora). Se judicializa la protesta social, se
implementan leyes de represión contra las luchas populares. Se encarcela
a luchadores del pueblo. Se instalan base militares yankis, etc., etc.
Pero, contradictoriamente, la burguesía
que se concentra cada vez más, aumenta sus diferencias intermonopolistas
y competencia entre los grandes capitales. Su tendencia política
autocrática se estrella contra su esencia individualista que hace ver a
su par de clase como su enemigo que viene a quitarle su capital.
En definitiva todo este proceso, no es
más que la expresión de una profunda debilidad. Es importante tener esto
en cuenta ya que detrás de la aparente fortaleza que representa el
mayor control y agobio policial sobre la vida de la población, subyace
la enorme grieta de la descomposición del poder burgués.
Sobre esa decrepitud es que, como pueblo, debemos avanzar a pasos decididos convencidos de nuestro seguro triunfo.
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