miércoles, 4 de diciembre de 2013

Apuntes sobre la ideología reaccionaria

La actual fase imperialista del capitalismo, es también la fase terminal y última del sistema de explotación basado en la obtención de plusvalía. Asistimos pues en la actualidad no sólo al desarrollo en más alto grado que el capitalismo monopolista ha podido llegar, sino también al mismo tiempo al proceso de su precipitación y caída producto de las agudas contradicciones de clase que el sistema ha engendrado y que es impotente para contener o minimizar.
Contradicciones que ponen a los trabajadores y pueblos del mundo al frente de la iniciativa de lucha y transformación social y que también se manifiestan con suma nitidez en el seno de la oligarquía financiera mundial al promocionar la guerra de intereses por sus negocios y agudizar notablemente las disputas por apropiarse de la plusvalía mundial.
En este marco de crisis donde las instituciones estatales, la representatividad, la economía, los gobiernos al servicio de los monopolios, los medios de engaño, etc., es decir su dominación, están cuestionados desde las masas del mundo, al tiempo que se exacerban sus pretensiones de permanencia como sistema en un marco de disputas de fracciones de la oligarquía que predeterminan, día a día, sus conductas más reaccionarias y destructivas.
El capitalismo no es un sistema basado en el desarrollo de la humanidad sino en el desarrollo de la ganancia, por lo tanto la humanidad representa un medio por el cual obtenerla. La obtención de la ganancia es producto de la superexplotacion de la clase obrera mundial, por lo tanto el ser humano no es para el capital más que un objeto subalterno de sus ambiciones, de allí que no tenga empacho en la destrucción de la vida y la naturaleza por medio de guerras.
Contradictoriamente el desarrollo de la producción se ha socializado a niveles nunca antes vistos, cuyas consecuencias trascienden el marco de sus propia capacidad de contención de la oligarquía que ve azorada como el despliegue de las fuerzas productivas, que contradictoriamente produce su propia destrucción, están rompiendo con las relaciones de producción que se expresan en el cuestionamiento a todo, que se mencionaba más arriba.
El acento está puesto en que la producción de plusvalía capitalista necesita de una enorme socialización de la producción pero no de las consecuencias que ello trae para el propio sistema de dominación. Necesita del trabajo social y colectivo pero no de seres humanos actuantes y pensantes; necesita instalar regímenes más fascistas en las fábricas; necesita preservar la esclavitud asalariada de un modo más virulento; necesita más centralización política para el disciplinamiento social, etc.
En este escenario de precipitación del sistema producto de la consolidación de la lucha de los pueblos del mundo por una vida digna, la oligarquía en su crisis, agudiza todos sus paradigmas ideológicos tratando de sostener sus fundamentos de clase, tratando de preservar el marco de dominación cuestionado.
Para la ideología del sistema el ser humano es un objeto de consumo en un doble aspecto, consumo de su fuerza de trabajo y consumo de los medios y condiciones con los que el sistema pretende retroalimentar su permanencia. Es decir, consumo de su ideología y su modo de ver como clase.
Como no puede obviar el trabajo social, pretende hacer social el modo de vida capitalista, pero no desde la riqueza que poseen los propios burgueses, –cosa de por si fantasiosa- sino de hacer del modo de consumo de la clase explotadora la forma de vida de los explotados. Bajo esa lógica, no tener vivienda o no poseer un vehículo está visto como un fracaso individual.
Ésa concepción ideológica pretende ir por fuera de los resultados históricos. El  individualismo, la moda, los estereotipos sociales de cómo debe ser el hombre, el matrimonio, la mujer, los niños, la educación, el deporte, la actividad social, la política, la representación, los sindicatos etc., etc.,  pretenden arrinconar al ser humano en las antípodas de su ser social.  
Subsumido en su crisis, en la anarquía de su propias condiciones y contradicciones todas estas cuestiones se vuelcan en tropel desde los medios yendo a contramarcha de la realidad que las propias masas populares viven en carne propia. En el afán de machacar que este sistema ofrece un mundo de oportunidades para millones y que todos pueden vivir en plenitud, mienten descaradamente.
La ideología burguesa es tan pérfida que aún a costa de reconocer toda la dramática situación de vida contra la que luchan los pueblos, alardean de la libertad que da el capitalismo al pueblo por oposición a la no libertad que en un sistema social superior como el socialismo, afirma que no pueda existir.
Frente a la carencia de políticas y de un norte político que unifique sus intereses como clase, salvo el sostenimiento a sangre y fuego del propio sistema capitalista, y sumergidos en el descontrol de su propia impotencia, la cuestión de la libertad adquiere relevancia no en el sentido del desarrollo pleno del ser humano sino desde su óptica de clase. La libertad de hacer lo que quieran para obtener ganancia. De allí la libertad de producir droga y comercializarla, la libertad de explotar, la libertad de echar trabajadores, la libertad de aumentar los precios, la libertad de hacer guerras y vender armas, la libertad de prostituir niñas, de hacer morir de sed a millones por falta de agua, de alimentos de vivienda, etc.
Para la oligarquía financiera la libertad tiene esta determinación; la posibilidad de hacer sus negocios a costa de la vida de millones y la libertad de realizar sus negocios es, sin duda, la anarquía que se manifiesta en las condiciones de vida que el capitalismo ofrece, es decir, sumisión de la mayoría en beneficio de la minoría.
La ideología dominante por más que quiera la clase en el poder, no puede más que enredarse en su propia maraña de mentiras, pues la realidad de lucha está marcando el rumbo. La democracia directa y la autoconvocatoria crean, desde el seno mismo de los pueblos, herramientas como los comités de base o comités fabriles que superan históricamente por ser colectivas (y por unificar en su seno, el  análisis, las decisiones y la ejecución de las acciones que lleven a la solución de los problemas) las herramientas tradicionales y las formas de resolución de problemas que el sistema capitalista ha desarrollado a lo largo de su historia. Éstas son formas colectivas que se corresponden con la producción social que ya no pueden ser dominadas, ni desestimadas por el enemigo.
La libertad producto de lo que se sabe qué hay que hacer para resolver los problemas, es la libertad colectiva y es la práctica social que gana y gana más lugar en estas condiciones de putrefacción del sistema capitalista. Es, al mismo tiempo, la organización política de las fuerzas populares y de los trabajadores que conquistan esa libertad no por la gracia del sistema, sino por la acción de la lucha permanente y de años de experiencia política conquistada.
El poder que emana de estas decisiones se constituye como la forma de poder político de los trabajadores y el pueblo, son el germen del Estado revolucionario, sus instituciones de poder frente al enemigo. Son las expresiones no sólo de la decisión política sino, por ello mismo, de la conquista de un grado de libertad que atenta contra la dominación monopolista, pero también la emanación de una desestimación de la ideología dominante que ya no sólo está rompiendo con el engaño sino con los preceptos capitalistas y sus condiciones materiales que les dan origen.

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