Hombres y mujeres
jóvenes y grandes lloraban como niños al finalizar, anoche, el rescate
del último cuerpo de la llamada tragedia, por cierto evitable, de
Rosario.
Rescatistas,
voluntarios, organizaciones varias, periodistas, personas autoconvocadas
de diversos sectores que se hicieron presentes en la zona del desastre,
en momentos de la ocurrencia y durante los siete días posteriores a
realizar el aguante, fueron aplaudidos y vivados por todos los presentes
quienes reconocían el esfuerzo y el trabajo agotador y profundamente
humano que incluía también a los perros entrenados.
En los hospitales, las
enfermeras, los médicos, mucamas y otro personal de servicio sanitario
también habían entregado y entregan lo mejor para salir adelante con las
vidas de los afectados.
La reserva de lo mejor
de nuestro pueblo surge y aflora con la fuerza de una primavera
incontenible en momentos de grandes crisis. Los objetivos profundamente
humanos, la solidaridad, la unidad en la acción. Todos somos uno. Cada
uno tiene un puesto de trabajo en ese emprendimiento común. No hay
voluntad, sentimiento, opinión, ni tarea que se desperdicie. Todo suma y
se amolda al movimiento colectivo porque el objetivo es deseado por
todos.
Pero, esto ha pasado
otras veces a lo largo y ancho en nuestro país…¿Por qué, lo mejor de
nuestro pueblo aflora en momentos de crisis?
Porque en los momentos
de crisis es cuando la burguesía desaparece bajo la marcha decidida del
pueblo orientado a solucionar los problemas creados por ella. Porque
las instituciones del sistema muestran toda su inoperancia, su
incapacidad y descubren su horrenda cara detrás de las causas que
originan los mayores males que sufrimos. Porque el sistema en crisis,
putrefacción y descomposición estructural queda arrinconado frente a la
energía potente y profundamente humana desplegada por la fuerza popular
que arremete como un solo hombre.
Las instituciones del
Estado en todos sus niveles, nacional, provincial y municipal, y sus
funcionarios, sólo atinan a hacer lo que saben: figurar, tratar de
aparecer ante las cámaras de T.V. o los micrófonos radiales, tejer el
entramado de complicidades para ocultar las responsabilidades de los
monopolios causantes de estas tragedias evitables, ofrecer endeudamiento
a las víctimas, señalar como responsables de la misma a los
trabajadores, aparecer como los hacedores de las tareas que ejecuta el
pueblo, y otras aberraciones semejantes.
En momentos de altos
picos desatados por esta crisis crónica del sistema se evidencia la
lucha de clases muy claramente. Por un lado, la gran burguesía dueña de
las empresas que en su afán de reducción de costos ponen un volcán
debajo de nuestros pies, y los funcionarios del Estado que hacen como
que miran hacia otro lado mientras reciben las coimas y prebendas con la
mano en la espalda.
Por el otro, lo mejor
del pueblo trabajador que emerge y se impone con una fuerza inusitada
por sobre cualquier atisbo de autoridad decrépita proveniente del
sistema.
Es que en nuestro país
hemos llegado a la existencia de dos argentinas contradictorias y
opuestas. Una argentina que muere y se niega a desaparecer haciendo daño
en su huida y otra Argentina que, en medio de los mecanismos de este
sistema, no encuentra lugar para manifestarse con toda su fuerza y
energía y que, entonces lo hace por fuera del mismo en las calles, en la
lucha cotidiana, en las medidas de fuerza contra las políticas que
impone el capitalismo decadente y moribundo o, también, en los momentos
de profunda crisis en donde las reservas de las virtudes humanas y más
valiosas surgen desde las entrañas como el agua de los géiseres.
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