Desde la brutal ofensiva ideológica de la burguesía en los años 80, emblematizada por Ronald Reagan y la Tatcher, el Marxismo Leninismo tuvo que atravesar tiempos muy duros. Fue una ofensiva ideológica en los marcos de transformaciones capitalistas que iban acentuando la necesidad de nuevas superestructuras capaces de adecuarse a la vida, es decir, fenomenales procesos de concentración y centralización de capitales. Un nuevo reparto del mundo se había ya consolidado luego de la segunda guerra mundial y las naciones imperialistas necesitaban derribar fronteras como una necesidad básica del Capitalismo Monopolista de Estado. Es decir, los monopolios ya dueños de esos Estados imperialistas comenzaban a precipitarse y a acelerar el proceso de la globalización, que no era más que ensanchar los mercados a costa de barrer las fronteras, no en su formalidad, sino en su esencia.
Fueron años muy duros para el Marxismo Leninismo, para las ideas revolucionarias sustentadas por hombres y mujeres en el planeta que pujaron por concebir esas ideas como acción y no como un dogma. Por un lado, la acción revolucionaria, avanzaba, en los años 70, barriendo toda concepción reformista, populista o liberal, pero simultáneamente existía un marco en donde el triunfo y consolidación planetaria del Capitalismo Monopolista de Estado se venía imponiendo por sobre una estructura basada en un Capitalismo de Estado en donde sus burguesías nativas, con sus “trajes harapientos”, resistían el proceso que ya estaba sepultándolos. Burguesías, que anidaron sobre todo en los ex países “socialistas”, enlazadas y en proceso de sometimiento a los monopolios internacionales, enarbolaban las banderas de un Marxismo Leninismo dogmático propio del sistema que los cobijó durante varias décadas, negando a rajatabla la acción directa del proletariado y de las masas, es decir negando el Marxismo Leninismo.
Ese capitalismo de Estado sustentado por el reformismo sirvió de base ideológica para el “fin de las ideologías” que comenzaría a consolidarse posteriormente con la caída de la Unión Soviética y de otros países de su órbita.
La posibilidad del sistema capitalista de ensanchar y profundizar sus negocios debía estar sustentada en el apoderamiento de los Estados por parte de los monopolios y, a través de ellos, de todas sus instituciones. Un proceso comenzado desde la propia génesis del sistema que fue afianzándose en los años ‘40 y ‘50 del siglo pasado, abriéndose paso para dominar el escenario planetario en décadas posteriores.
En estos marcos de ofensiva del capital financiero, derribando fronteras, globalizando economías y culturas milenarias, es derrotado el Marxismo Leninismo dogmático y, con él, todas las fundamentaciones teóricas para justificar el avance, a sangre y fuego, de la integración de millones de seres humanos al mundo del consumismo capitalista y, por tanto, muy lejos de un protagonismo humanístico en la sociedad.
Pero las vueltas de la vida en giros ascendentes ponen nuevamente en escena la verdadera esencia del Marxismo Leninismo y comienzan a reverdecer las acciones revolucionarias de los pueblos y, con ellas, el Marxismo Leninismo como trasformador de la realidad. Una oleada de auge de masas recorre los cinco continentes. Picos ofensivos se desatan hoy aquí y mañana allá, y nuevamente las ideas de la revolución socialista, de acciones revolucionarias, van poniendo a la orden del día, frente a las masas proletarias y populares, las herramientas de acción práctica y teórica que fundamentan los cambios sociales, las revoluciones sociales.
Fueron más de tres décadas de confusión para muchos, en donde se entremezclan procesos económicos sociales y políticos en un mundo lleno de transformaciones generadas por el propio Capitalismo Monopolista de Estado. Transformaciones que, al cabo de esas mismas décadas, dejaron al desnudo la voracidad del sistema contra el ser humano.
Miles de millones de seres humanos, contados en décadas, experimentamos el rigor de un sistema basado en la explotación y opresión del hombre. Miles de millones que fueron incorporados a una proletarización compulsiva jamás conocida en la historia del Capitalismo. Centenares de millones se han transformado en familias dependientes de salarios y otros tantos seres humanos arrojados al vacío.
La experiencia que transitan los pueblos del mundo por subsistir en un sistema regido por el poder de los monopolios, implica la acción de proletarios y pueblos por conquistar un nuevo tipo de vida que dignifique su existencia y razón de vivir.
Es aquí que cuando hablamos de acciones nos referimos a la lucha, a la movilización permanente, al enfrentamiento a esos poderes que ensombrecen permanentemente el horizonte de nuestras vidas. Hablamos de la necesidad de una teoría revolucionaria, de acción transformadora, que necesitan los proletarios del mundo, los pueblos que se levantan en cada amanecer luchando contra toda injusticia.
El Marxismo Leninismo es esa comprensión del mundo que se basa en la transformación permanente. Es una guía de acción para poder actuar sobre realidades acuciantes para el hombre.
En la historia del proletariado, los Marx, los Engels, los Lenin, los Che, los Santucho, entre tantos centenares de miles que adoptaron ese pensamiento revolucionario, no por casualidad fueron y son tan odiados por el poder burgués. Ellos, fueron revolucionarios que enarbolaron la ideología revolucionaria como transformadora. Pelearon contra aquellos que la levantaban como un fin en sí mismo tratando de encontrar en el sistema capitalista reformas capaces de “menguar” los problemas de los pueblos.
Mario Roberto Santucho, en nuestro país, fue un Marxista Leninista que puso en lo más alto la idea de la revolución y la lucha por el poder. Fue, en la construcción del PRT, un fiel intérprete de la acción revolucionaria transformadora. Combatió sin tregua la idea de la contemplación de la realidad para explicar o suavizar en palabras la explotación y opresión de nuestro pueblo por el sistema capitalista.
Lo asesinaron por eso, y con la saña propia de la clase burguesa hicieron desaparecer su cuerpo, pero no pudieron entender, ni entenderán por qué sus ideas Marxistas Leninistas no pudieron, ni podrán, enterrarlas ni siquiera en los momentos de la más cruda ofensiva ideológica del sistema capitalista.
Como todo Marxista Leninista, sus ideas fueron de acción transformadora y, por lo tanto, fueron letales a la hora de la lucha contra todo reformismo y populismo. La concepción fundamental del doble poder implicaba la participación de las masas en el desarrollo revolucionario en la lucha por el poder.
En ese revolucionario, que aún la burguesía no quiere ni nombrar, se resume la acción de millones de proletarios y de pueblos movilizados como transformadores permanentes de la realidad. En ese Santucho o en esos Che están las acciones transformadoras del Marxismo Leninismo, acciones que no concilian con ningún “Marxismo Leninismo” reformista y populista.
El sistema Capitalista está mostrando su peor cara ante los pueblos del mundo. Sus disfraces rotosos e inservibles, lo obligan a permanecer escondido en sus madrigueras escondiendo la voluntad ideológica de defensa del sistema, inventando teorías andrajosas y siempre mentirosas para sostenerse en el poder y en defensa de lo indefendible.
Al cruce le sale la acción de los proletarios, de los pueblos que van encontrando nuevamente, como brotes de primavera, la acción transformadora del Marxismo Leninismo como herramienta ideológica que le da sustento al proceso revolucionario.
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