Más de doscientas mil personas en las calles de San Pablo y muchas decenas de miles en todo Brasil repudiando al gobierno de Dilma Rousseff. Millones de brasileños apoyando esas manifestaciones que expresan el sentir de todo el país.
La vida, las ansias de justicia, el repudio a los ajustes para el pueblo en beneficio de los multimillonarios negocios de una absoluta minoría, se apoderó de las calles y hierve en las venas de cada ser humano que conforma la gran ola que inunda el territorio más grande de América del Sur. No hay represión del Estado que frene tanta prepotencia popular, por el contrario, el fuego aviva al fuego.
Los esclavos, los engañados, los subestimados por el poder, salieron a marcar presencia y a poner un freno abrupto a tanto atropello y cinismo.
No hay discurso progresista, ni circo futbolero, ni zanahoria de mundiales, ni copas de fútbol inventados para la ocasión, que detenga tanta ansiedad desbordada por expresar unitariamente y con fuerza real lo que el pueblo quiere y no está dispuesto a seguir soportando.
Veinte centavos de aumento al boleto del transporte público fue tan sólo el disparador de años y años de postergaciones, salarios miserables, superexplotación, exclusión social y superpoblación en fabelas cada vez más grandes, narcotráfico y delincuencia estatal armada policíaca y militar, falta de futuro para los jóvenes, y otras delicias del capitalismo.
Como un árbol apoliyado, el hasta hace unos días monumento del capitalismo ejemplar, se desmorona de la mano de la más emblemática mandataria y elegida por los popes mundiales como la figura más relevante y representativa del capitalismo ordenado y prolijo. “Dilma Rousseff combate la corrupción y denuncia a funcionarios de su propio gobierno sospechados de cometer delito”, publicaban hace apenas mes y medio los diarios de Brasil, la región y el mundo.
Ante los embates obreros y populares al gobierno oligárquico de Cristina Kirchner, la burguesía monopolista en Argentina se lamentaba no tener un gobierno como el de Dilma. “El ejemplo de Brasil es lo que hay que seguir…”, porque el ejemplo de Chile, que levantaban hace poco tiempo atrás ya no servía.
Uno a uno los íconos del capitalismo “humano” y “antimperialista”, se van desmoronando…¡No hay ni podrá haber capitalismo antimperialista ni capitalismo “serio” que no evidencie más temprano o más tarde, las profundas contradicciones y esencia antihumana que caracteriza a este sistema basado en la obtención de ganancia.
Chile, Bolivia, ahora Brasil. El discurso progresista, detrás de su cáscara popular muestra su verdadera cara imperialista. La cruda realidad de los negocios para la oligarquía financiera y las penurias y necesidades irresueltas para las mayorías populares.
Pero los vientos revolucionarios no sólo soplan en África, Asia y Europa. También cubren nuestras tierras, porque el imperialismo ha dado una vuelta más de tuerca en su concentración y, con ella, ha unificado a la clase obrera y sectores populares en una misma aspiración mundial sentida desde la entraña más profunda y común a todo ser humano: liberarse del agobio y lograr una vida digna de ser vivida. Y eso, se advierte, sólo se logra luchando y venciendo al capitalismo.
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