jueves, 12 de septiembre de 2013

La droga es funcional a las políticas del poder



A partir de 2001, el consumo de drogas importadas, como el éxtasis o la cocaína, dejaba de ser localmente el eje del negocio, porque la caída del 1 a 1 y la devaluación, multiplicaban las ganancias si se exportaban esas sustancias a Europa y a otros países. Y aquí tuvieron que buscarle la vuelta. Ese es el origen del paco,  droga armada en base a los desechos de la cocaína, kerosene, solventes, etc.
Primero metieron el paco en las villas, donde también estaban parte de las cocinas, y se la llamó “la droga de los pobres”, a un peso la dosis. En 2 ó 3 años el paco inundó las calles, y sus efectos son tan devastadores como las cuantiosas ganancias que genera.  Porque lo que empezó siendo “barato”, por lo poco que duran sus efectos, resulta un  vicio caro que sólo el delito puede sostener.  De inmediato, el paco se alió con el robo y la muerte, de forma directa como ninguna otra sustancia.
En poco tiempo, la impunidad de los traficantes mayoristas que manejan el negocio, desparramó esta droga residual sobre las grandes barriadas, de la Capital y el Gran Buenos Aires hacia todos los centros urbanos del país.
En el medio son muchas las manos que distribuyen y pocos los que ganan; en cada paso la droga genera muchos dividendos y vínculos de complicidades policiales y políticas. El dinero en negro que generan las drogas,  forma parte de las políticas de la burguesía.
Gran parte de la problemática social y la delincuencia se enfoca sobre el paco, en parte por los efectos acelerados que está produciendo sobre los jóvenes y por el alto impacto que tienen sus consecuencias. Pero también para sacar del foco las otras drogas, con sus distintas formas organizativas y vínculos, que siguen más vigentes que nunca generando negocios siderales. Cocaína, drogas de diseño, todas tienen su mercado interno y de exportación, y nada se produce sin una larga cadena de complicidades, repartos de ganancias, zonas liberadas y vista gorda.
Hay zonas u horarios liberados para la delincuencia, y también hay zonas pactadas para que los pibes se falopeen tirados en la vereda, muriéndose en la puerta de nuestras casas sin que nadie los asista.
La organización de bandas delictivas para robos está tan vinculada a la droga como a la política burguesa. Esas bandas no son la negación o la “ausencia” del Estado, como analizan algunos. Por el contrario, son la prolongación natural del Estado de los monopolios; actúan allí donde el poder policial libera  zonas y la “justicia” y los políticos “no se meten”.
En la cabeza del negocio, enmascarados, están los grandes monopolios químicos de estos insumos, que saben que gran parte de la producción de los precursores se destina a la fabricación de drogas. A ellos los que les importa es vender y ganar, no a quiénes se perjudica y para eso tienen todas las instituciones  del Estado a su servicio. Recordemos cómo desde industria farmacéutica, los importadores de efedrina, bancaron la campaña de los Kirchner.
Frente a toda esta inmundicia, las “madres del paco” y las “madres del dolor” dijeron basta, “Nos están matando a los pibes”, y salieron a luchar y a denunciar. Patearon el avispero, y el Estado y los funcionaros de los monopolios quedaron al desnudo: “El Estado no hace nada por nosotros. Nadie camina las villas y los pibes no tienen futuro. Están abandonados”.
Los efectos del paco son devastadores y cada vez se amplía más la franja de consumidores, hacia menores de 7 u 8 años, y está creciendo el consumo en mayores de 30 años y sectores medios.  De más está decir que no hay infraestructura para dar la contención humana necesaria. No existen lugares especiales que garanticen la salud, la recuperación de adicciones; cientos de profesionales preparados en tema de adicciones y en atención de grupos de riesgo, son anulados por el poder.
Los padres de los chicos, muchos de ellos laburantes, no saben qué hacer y nadie los ayuda. El Estado de los monopolios está en otras cuestiones. Los funcionarios se llenan la boca con discursos de blabla, pero nada hacen porque la falopa es funcional a las políticas del poder.
Los vecinos en los barrios sabemos dónde están las cuevas, quiénes son en cada una de las cuadras; el pueblo los tiene localizados; como bien lo denunciaron los curas villeros; alguien pone las armas en la mano de los jóvenes que salen a delinquir para pagar su adicción y tributar al jefe que los manda.
El pueblo sabe y lucha por rescatar a los pibes de la calle,  y está construyendo sus herramientas de fondo para atacar y destrozar al poder que permite y genera todo esto. Lo que queda en evidencia es que vivimos en un país que es una zona liberada a favor de los monopolios.
Ante la virulencia de delitos, muchos de ellos realizados por menores, emergen “soluciones” inmediatistas y desesperadas, impulsadas por sectores reaccionarios, que pretenden bajar la edad de imputabilidad, aumentar las medidas represivas, hacer casi “una limpieza étnica”, sin ver de quiénes es verdaderamente la responsabilidad. Son muchos los interesados que aprovechan hechos de enorme repercusión y sensibilidad social, para proponer darle al Estado mayores instrumentos de control y represión, que tarde o temprano están concebidos contra el pueblo, su movilización y su organización independiente.
Porque a través de la droga también se disputa el control de las calles. El tema es si las calles las toma el pueblo o si las controla el poder con droga, con miedo y delito. La droga no es sólo un instrumento económico de la política de la burguesía, sino que es un arma de dominación.
Metiendo el consumo de drogas en distintos ámbitos, desde el ocio y la diversión, a los deportes; en los estudiantes y hasta en los ámbitos laborales, en los trabajadores para poder cumplir con los altos niveles de productividad exigidos, hasta los niveles gerenciales, para poder mantener los niveles de “competitividad” y “modelo de éxito”.
El Estado de los monopolios, con sus políticas y negociados, con su modelo de vida exitista, incentiva la evasión, la distracción y el consumo de todo tipo. El hambre, la miseria, la falta de futuro, hacen el resto de la faena. Los jóvenes que se drogan sin rumbo ni destino, son fiel reflejo del veneno de este sistema, de la desazón de un mundo sin valores ni escrúpulos donde todo vale, de la inhumanidad en que vivimos. La droga es la expresión descarnada de la sociedad capitalista, una de las caras de la crueldad del poder que intenta golpear a nuestros jóvenes con la falta de perspectivas y de ilusiones, y con el deterioro constante de la calidad de vida.
La droga es un instrumento del poder, con el que pretenden envenenar las venas solidarias de nuestro pueblo.  Ese es un objetivo político estratégico de los monopolios, buscan destruir nuestras reservas de moral y dignidad; al imponer la droga, el paco en el primer plano, no sólo intentan dispersarnos de los problemas de fondo, sino también mancillarnos con sus efectos devastadores; meternos la desesperación y la desesperanza.
Que los jóvenes no tengan proyectos propios, que no se sientan parte de nada, que sientan que su vida no vale, es parte del “plan social” que incentivan las políticas de la oligarquía. Instalar el miedo en las calles, proponer  medidas individualistas y defensivas, son manotazos de ahogado, en el marco de una profunda crisis política cada vez más evidente. Atacar la vida en comunidad, que la gente se meta para adentro, quebrar la solidaridad de clase, instalar la desconfianza y el individualismo, es parte esencial de sus planes; para que no emerja un proyecto liberador. Está claro: no se puede combatir la droga sin luchar contra el poder.
Un plan de emergencia nacional que pare con tanta muerte e impunidad, sólo saldrá de las entrañas de nuestro pueblo. Para la Revolución este será un tema de la primera hora, rescatar a los pibes de las calles, poner todos los recursos humanos y materiales para acoger y recuperar a los jóvenes adictos, para sí, para sus familias y para la nueva sociedad. La revolución les permitirá recuperar la alegría de la vida.

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